jueves, 25 de agosto de 2011

Articulistas - Nadar contracorriente - Juan Carlos Parra Román

 JUAN CARLOS PARRA ROMÁN
PROFESOR Y ESCRITOR
Nadar contracorriente
        Aunque no soy pescador, la ciencia y la sabiduría popular avalan que es el salmón, las bogas… los peces que son capaces de remontar los ríos hacia su cabecera, es decir, contracorriente. Son pescados que hacen las delicias al paladar. Por tanto, no se puede decir que ir contracorriente es sinónimo de contraproducente, más bien todo lo contrario.
        Hay una película -Amazing Grace- que es un alarde de esta situación, ir contracorriente. Hoy día, ¿Cuántos hay que sean capaces de mantener un argumento que es políticamente incorrecto? ¿Cuántos hay que sean capaces de enfrentarse a lo que está de moda? ¿Cuántos hay que digan yo no veo ese programa de televisión, aunque sea muy popular, pero que carece de criterios morales o familiarmente inaceptables? Y así podríamos continuar haciéndonos preguntas que evidencien cierto respeto humano a llamar la atención o a que nos tachen de…
En esa película se recoge gran parte de la vida de William Wilberforce,  era un estudiante en la Universidad de Cambridge que procedía de una familia acomodada de Yorkshire. Desde muy joven demostró unas brillantes dotes como orador, hasta el punto de que fue nombrado miembro del parlamento británico a los veintiún años. Su desordenado estilo de vida cambió completamente cuando, un tiempo después, se convirtió a la fe cristiana y comenzó a interesarse por la reforma social, en particular por la mejora de las condiciones laborales en las fábricas de Gran Bretaña.
        Conoció por entonces a Thomas Clarkson y, gracias a él, se interesó también de modo especial por el siniestro negocio de la trata de esclavos, una lacra que afectaba por entonces a todo el mundo occidental, y en particular al Imperio Británico. Ambos amigos iniciaron intensas campañas para que se pusiera fin al comercio de buques que transportaban en terribles condiciones a millares de esclavos negros desde África hasta las Indias Occidentales. En aquellos barcos viajaban como simples mercancías y, a su llegada a los mercados occidentales, eran vendidos para trabajar en las fábricas y plantaciones, careciendo de todo derecho. 
        Desde su escaño en el Parlamento Británico, Wilberforce tuvo la audacia y la constancia de liderar una larga y difícil batalla en contra de las leyes británicas que amparaban la esclavitud, aun sabiendo que la mayoría de los parlamentarios tenían importantes intereses económicos personales en muchos negocios que dependían de la mano de obra procedente de ese comercio que, lamentablemente, además de muy lucrativo, era un importante  pilar de la economía de la época.
        En 1791, Wilberforce propuso a la Cámara de los Comunes su primer proyecto de ley para abolir el comercio de esclavos. La propuesta fue rechazada con toda rotundidad, pero él no se arredró. Siguió defendiendo enérgicamente su propuesta, que todos consideraban una osadía intolerable, hasta que finalmente, en el año 1807, su proyecto de ley fue aprobado por el Parlamento Británico y la trata de esclavos fue abolida.
        Habían sido 16 años de lucha incesante, en los que sufrió innumerables ataques y contratiempos. Además, el gran avance que supuso esa nueva ley, no liberó todavía a quienes entonces eran esclavos. Tuvieron que transcurrir aún 26 años más, hasta que, en 1833, se aprobó un acta para dar la libertad a todos los esclavos en el Imperio Británico. Concluida esa batalla a la que Wilberforce había dedicado 42 años de su vida y gran parte de sus energías, falleció pocas semanas después y fue enterrado con todos los honores en la Abadía de Westminster.
        La película «Amazing Grace» ha recogido de forma brillante lo que fue su vida, un remar contra corriente, luchando contra algo que por entonces se consideraba normal e inevitable. Tuvo que resistir los ataques de quienes le veían como un inoportuno, como un personaje inoportuno que venía a perturbar sus adormiladas conciencias y a arruinar sus pujantes negocios. Pero, por fortuna, su constancia superó lo políticamente correcto y rompió unas barreras que por entonces se pensaba que durarían siglos. 
        Si nos adentráramos un poco en la historia comprobaríamos, como está llena de ejemplos de pueblos enteros, que por unas razones u otras han permanecido mucho tiempo en errores, que a los ojos del siglo XXI nos parecen más que errores, horrores. Junto a este hecho, también aparecen personas concretas, con un nombre y unos apellidos, que por su entrega, valentía, coraje, han logrado despertar a los suyos de una modorra, que les hacía comulgar con ruedas de molino, como describe el dicho popular.
        Hoy que tenemos mejores accesos a la información, que vivimos en una aldea universal, que sabemos de todo… es indudable que, en esto de ir contracorriente, nuestra época no es distinta a las anteriores, y que hoy dependemos igualmente de que surjan esas personas que tengan la valentía de decir que no se puede matar al no nacido, que abortar es asesinar, que los embriones no son ratas o ratones como material de laboratorio o de comercio, que los enfermos terminales tienen una dignidad, y no la de morir por la vía rápida, como diría el eufemismo «por una muerte digna» o que no se pueden imponer políticas que rebajen la dignidad de la familia o de la escuela. Por fortuna, ir contra corriente es algo que está dentro del ser humano, y una de sus principales fortalezas y garantías de su dignidad. Quizá sea conveniente recordar aquello que dijera Viktor Frankl, refiriéndose a la vida en el campo de concentración: «Me podrán obligar a trabajos forzados, a no comer, o a hacerlo de forma indigna… a quitarme la libertad exterior, pero lo que nunca podrán hacer  los guardias es quitarme la libertad interior, pensar y elegir».

jcparra33@gmail.com


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