jueves, 25 de agosto de 2011

Articulistas - La novela policíaca de ayer a hoy - Tomás Perales Benito

TOMÁS PERALES BENITO
ESCRITOR, NATURAL DE TOMELLOSO

La novela policíaca
de ayer a hoy

        A la literatura siempre le he asociado cuna y no sólo paternidad. El escritor la ejerce desde un lugar definido y le imprime, consiente o no, sus personajes, sus circunstancias, sus condiciones de vida, su cultura. En consecuencia, nunca he creído en la «literatura universal» que citan con la mirada alta algunos de los que comparten conmigo profesión. Sí hay -quién puede negarlo- escritores de reconocimiento universal en el sentido geopolítico.
        Esta reflexión la ha provocado el género, o subgénero, que no sé dónde ubicarlo, de la novela policíaca (o negra), al que llegué muy recientemente desprovisto de todo conocimiento de sus andanzas. La lectura, somera, de un título salido del entorno manchego, en realidad de mi lugar de cuna, caído en mis manos por capricho del azar, me incitó sin demora  a la aventura de tomar pluma y papel y escribir una novela policíaca. La osadía no conoce límites en algunas profesiones.
        Lo único que me acompañaba para cocinar el relato propuesto tan ingenuamente eran los ingredientes necesarios: asesinato o asesinatos, que siempre gusta de disfrutar de más de uno (mi idea era que se produjeran cinco efectivos y tres frustrados), tendido de hábiles trampas para despistar a los desprotegidos lectores, que el asesino sea el menos esperado, conjeturas a raudales de los posibles motivos de los crímenes y sus previsibles autores, puesta en escena de sagaces servidores de la ley hostigando sin tregua a los sospechosos, y, finalmente, caída en alguna de las trampas policiales o detectivescas y encierro del malo entre gruesas rejas. Sin embargo, la primera duda en dar señales de vida fue el escenario en el que desarrollar la trama. Duda que se solventó al momento, aunque con cierto pesar por no haber advertido algo tan obvio: tratándose de un texto con profundas raíces manchegas pues en la  Mancha, con sus gentes y sus circunstancias. Un ingenioso policía de pueblo, tomado al asalto continuamente por un entrometido amigo del alma que sabe de todo, llevan a cabo las más ingeniosas investigaciones que los conduce, tras muchos errores propios y ajenos y peripecias carnavalescas (el humor no está reñido con la maldad), a la guarida del asesino, para satisfacción de todos, lectores incluidos. La trama estaba concluida. El papel esperaba con ansia.
        No volvieron a presentarse dudas de estructura y el texto llegó a buen puerto sin demasiadas zozobras. Satisfecho por haber seguido las consignas del padre de la novela negra española, lo entregué. Pero, ¡ay!, los tiempos habían cambiado sin misericordia, una apreciación tan dolorosa como tardía. El sagaz policía de pueblo parece que ya no investiga para poder ocuparse de las multas urbanas, no tiene a su lado un civil «cavilante» que le ayude a levantarse o a caer, el asesinato no se produce clavándole a la victima una fulgurante navaja de dos cuartas sino con un arma automática de factura lejana, contra más mejor, el lugar de los hechos no es el campo, no ya el manchego sino ninguno; los rascacielos de cristal son más apropiados a los nuevos tiempos. Ahora, lo que se da a la imprenta, son relatos «exóticos» que toman como escenario Moscú, Bulgaria, Bielorrusia...  con preferencia por ciudades aún más alejadas y enigmáticas. En ellos intervienen policías altamente especializados y con conocimientos profundos de todos los artilugios tecnológicos, a los que pocas veces se llama así, sino agentes, inspectores, comisarios, etc. Se agrega al relato la intromisión de los de «Asuntos Internos», que siempre se enteran de las malas acciones de sus compañeros en el cumplimiento del deber.
        Los asesinatos modernos, observo con candidez, ya no están fundados en la desesperación de los celos, en la ponzoña del odio o en la avaricia que incita al robo. No. Los nuevos asesinatos son políticos, y de alto nivel, se perfilan entre las sombrías paredes de los regimenes totalitarios, y los ejecutan sicarios sin escrúpulos maltratados por la vida.
En los relucientes asesinatos o en su resolución interviene un enjambre de organizaciones, tanto clandestinas como institucionales, que hacen nublar la vista por sus largas siglas e incomprensibles acrónimos. Desfilan por las páginas de la novela policíaca de hoy agentes del antiguo KGB, impidiendo así que olvidemos lo malos que eran, de la CIA y el Mosad como salvadores de los buenos, e incluso organizaciones criminales de tomo y lomo de ámbito mundial, lo que no es cualquier cosa.
        Las fronteras del género en su versión local se han desplazado más de la cuenta. Los autores y sus receptores de hoy deben considerar que un asesinato en Socuéllamos -lugar tomado al vuelo- es poca cosa para estos tiempos que corren, con tantos ordenadores y redes sociales, que el ingenio de un viejo policía, con arrobas de experiencia sobre sus espaldas, es cosa caduca, con sospechoso olor a naftalina. Los pueblos y sus personajes ya no están de moda para los autores. A los lectores no se les ha preguntado. 
       La vieja novela de inspiración manchega que lleva el nombre del padre ha muerto. Cierro filas con Unamuno: «Que inventen (en mi caso, que escriban) ellos».


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