El periodismo,
un paso atrás en la provincia
Después de todo el acontecer político, las crisis, el paro y las Elecciones, llama poderosamente la desaparición de varios medios de comunicación escritos y televisivos en la provincia de Ciudad Real, junto a la larga lista de editoriales en España que han tenido que cerrar sus puertas por falta de liquidez, llevando consigo el despido de miles de personas dedicadas al mundo de la información.
Esta es una mala noticia para el sector periodístico que podía ser un apéndice del futuro más inmediato de otras cabeceras debido a la situación socio-económico actual y el escaso interés que hay por la lectura de periódicos (que datan de tres siglos en España), considerados como el «cuarto poder» o «el padre de la industria cultural» dada la influencia social que ha tenido a lo largo del tiempo.
Conforme han ido pasando los años, el entusiasmo por la información objetiva ha ido mermando, quizá porque los contenidos se han politizado y se ha promocionado la prensa amarilla. Por ende, las empresas editoras han optado más por los profesionales del marketing que por los verdaderos periodistas, sacando al mercado publicaciones que se nutren, informativamente hablando, de los gabinetes y agencias de instituciones u organismos públicos, lo que ha hecho que muchos medios se conviertan en meros «terminales del tejido político» que dista mucho de la realidad. Todo ello, sin entrar en otros grupos editores, que marcan claramente otras tendencias y objetivos, a la postre es más de los mismo, de izquierdas o derechas.
Quizá, ésta sea una de las causas para que la prensa escrita esté atravesando un claro estancamiento, donde le hacen un flaco favor las redes sociales y las comunicaciones digitales. Esta situación, a medio plazo, no significa que vaya a desaparecer obligatoriamente la prensa escrita, si bien su futuro pasa por un contenido sensacionalista y sin apenas textos, basado en imágenes, titulares y poco más.
Por otro lado, cabe remarcar que la rentabilidad económica de cualquier medio en soporte papel es casi nula por los elevados costes en cuanto a elaboración (reporteros, redacción, arte final, filmación, impresión y distribución). Es lamentable que aún se tenga como referencia la última Ley de Periodismo, datada de 1966, cuando Manuel Fraga ocupaba la cartera del Ministerio de Información y Turismo, con la que empezó a desaparecer la censura y los costes de correos eran simbólicos, algo que no corresponde con la realidad actual. Ahora, utilizar este servicio para distribuir cualquier medio de comunicación tiene un coste de franqueo por encima de los sesenta céntimos de euro por cada ejemplar, más del doble de una carta convencional.
Si a todo ello, le unimos el enorme retraso de las administraciones públicas a la hora de abonar las facturas por publicidad, el problema se acentúa en cuanto a liquidez y solvencia presupuestaria, dado que las editoriales tienen que hacer frente a un IVA no percibido, lo que supone recaudar a favor de la Administración local o regional a coste cero.
Incidiendo en la realidad social, el caudal informativo es infinito e interminable, debido a los inmensos canales que pululan en la calle, a nivel televisivo y por Internet, bajo un afán de atraer, «cueste lo que cueste». Ante este panorama, se salvan los de mayor seriedad y solvencia, donde hablar de libertad de expresión, para una gran parte, suena «a chico», algo surrealista y romántico difícil de entender por una gran parte de la sociedad.
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