jueves, 19 de mayo de 2011

Articulista - Consciencia colectiva y autoconciencia - Salvador Jiménez Ramírez

SALVADOR JIMÉNEZ RAMÍREZ

Cavilaciones en Ruidera
Consciencia colectiva y autoconciencia

ESCRITOR E INVESTIGADOR

        Cualquier reflexión y emoción del pensamiento humano nacen de las primeras burbujas hirvientes y unidades de información del primer ramal de la consciencia y continúan como añadidura de la cuerda que va tirando del ser hacía inciertos puntos de la claridad u oscuridad infinitas. Nos imaginamos con cosas indeterminadas y auténticas. Nos miramos en imágenes y en símbolos. Miramos sin haber visto y oímos porque dormimos; e inferimos bondad y maldad para conseguir ornatos y tronos indestronables.
         La mente humana siempre anda embarcada en una singladura fantástica de unidades de información de gran incertidumbre. Nuestras actuaciones y observaciones (nuestro pensamiento en definitiva) proyectan sobre «los otros» y sobre nosotros un universo que puede verse modificado, según cuales sean las necesidades de cada grupo o individuo; las que, siempre, establecen nuestro comportamiento. Toda pauta, incluida la evolutiva de muchas formas de vida y también la bélica marchan siempre con los genes y la mente (con su transición de fases) pendientes del estómago.
        A medida que la evolución de las sociedades humanas se ha ido superponiendo a la evolución orgánica, las hordas y clanes se han ido convirtiendo en estructuras sociales, que han tenido que preocuparse, no sólo de la supervivencia del individuo y grupo familiar (rebañando de la naturaleza, a la zaga de los animales lo esencial para subsistencia de la especie) sino que se veían impelidos a conseguir asentamientos y territorios seguros y óptimos para los animales que llevaban consigo y que les procuraban nuevas formas de vida. A veces, su condición de semisedentarios o acampados con prisa, les hacía sacar el máximo partido de todo lo que tenían a su alcance para satisfacer necesidades momentáneas. Así aparecía la estructura semisedentaria de grupo. Nacía una acción organizada colectivamente. Nacía la consciencia colectiva.
        Los grupos se diversifican y expanden (el individuo no es lo mas importante, la perpetuación de la especie sí) y cubrir las carencias vitales requiere un enorme esfuerzo físico y psicosocial. La imaginación es primordial, sobre todo cuando las economías estaban basadas en una única actividad. Las penurias fruto de la esquilmación del medio natural sobreexplotado, originan las disputas con «ellos» (también intercambio de conocimientos y mercancías), como se llamarían unos a otros. Las unidades familiares se irán dispersando (impresos en sus cerebros y códigos genéticos las escaseces) en busca de ubérrimos lugares, originando nuevos linajes. Se forman coaliciones sociales, como en una molécula se coaligan los átomos. Para la seguridad del clan, es imprescindible la cooperación de todos los individuos sin excepción alguna. El sujeto que desobedece los patrones sociales establecidos (o a la «bandada») queda condenado al destierro o a la inmolación. Los grupos o tribus (las partes unidas) van formando conjuntos, que a su vez irán «dibujando» fronteras ilusorias para reconocer y acordonar (subjetivamente) los territorios colonizados, bien pacíficamente o conquistados ejerciendo sobre «ellos» la violencia. La supremacía del humano se va imponiendo sobre el resto de las especies con su desconcertante «arma» perceptiva o pensamiento conceptual. Con cuya facultad analiza, compara, sopesa, experimenta, actúa, diseña y graba palabras y nombres en jeroglíficos y pictogramas. Los signos verbales se van refinando (hasta en la fonética) y adecuando para proporcionar seguridad al clan, convirtiéndose en un fabuloso sistema de comunicación de preceptos y conductas. Y también en elemento clarificador del entorno social y natural. Los instrumentos para la faena y la guerra se van perfeccionando igualmente.
        La seguridad de las tribus dependía del grado de cohesión conseguida. Las leyes tribales servían para compensar, reprobar, premiar y ejecutar. Es posible que la mente se hallará inmersa en una considerable simbiosis respecto de la integración y «entrelazamiento» cósmico-colectivo. El totemismo debió ser una práctica animista, ceremonia mágica y centralidad de la información cósmico-mental inquietante, incomprensible y aterradora desde nuestro raciocinio y punto de vista lógico actual. El tótem era la identidad; el «maná»; la divinidad suprema; la vida; la vitalidad; el padre y la madre fieles y protectores de la tribu; era el máximo incentivo para una vida en paz y sin carencias ni «pecados» en la tierra y para la armonía con el inconsciente y con el fenómeno cuántico desconocido del cosmos.
        El tótem árbol; el tótem río; el tótem animal, etcétera (en cuyo honor cuando la tribu lo requería se ofrendaba lo más excelso de la naturaleza, de la vida y del grupo) solo podían ser inmolados y poseídos junto con los sacrificios, cuando la totalidad de los miembros de aquellas complejas y primitivas «instituciones» lo ansiaban, gozando con el acto. Pero si un sujeto se apartaba de la grey, desaprobando el aberrante comportamiento, éste era despreciado, odiado, humillado o ejecutado y también los miembros de su familia para que otros no siguieran su ejemplo. Porque la percepción y conceptos del individuo y los de la horda no debían ser divisibles. No obstante, así, nació la autoconciencia humana.
        Cuando unos seres, aquí y allá, aparte de cogerse el mentón dirigieron su pensamiento introspectivo hacía los laberintos de su trasfondo e incertidumbre humanos (no sé si sabedores de la medida de su sufrimiento) abrieron las puertas a un nuevo estado de conciencia: a la autoconciencia. Así nacería la libertad de la autoconciencia individual humana.



No hay comentarios:

Publicar un comentario