lunes, 17 de octubre de 2011

Articulista - 'Los galguillos' en la antigua Fábrica de la Pólvora - Salvador Jiménez Ramírez

 SALVADOR JIMÉNEZ RAMÍREZ
ESCRITOR E INVESTIGADOR

Cavilaciones en Ruidera

‘Los galguillos’ en la antigua 
Fábrica de la Pólvora




        Entre las murallas semiderrumbadas de la desusada Fábrica de la Pólvora, en lo que correspondía al cercado y dependencia de la, también, arrumbada industria de paños, había (y habrá), entre almeces y nogales, un pilancón para, antaño, desbruar los géneros, de piedra de sillería, que venía utilizándose por diversos miembros de la familia de antiguos propietarios, como piscina o baño apartado (bautizado por los lugareños como ‘El Bañador del hermano Amancio o de doña Mercedes’), para, en sombreada y meditada intimidad, refocilar poder, pide y fama, cuando en verano venían a solazarse al paraje ruidereño; a su paraje… Pero ratos y días había, cuando los ‘señoritos’ no lo utilizaban o no estaban (tampoco el hermano Amancio, que era el casero-guarda), que la baraja de chiquillos más zascandiles y osados, cuando el bochorno del estío más achicharraba, nos colábamos por los portillos y grietas de los muros para, en jolgorio y desafuero, como al mundo vinimos, nadar en el pilancón (que a elixires de dicha olía) en bullicioso chapoteo… Algunas mujeres, mozas y casadas, de las más picajosas y recatadas aprovechaban la fecha y la hora (y nuestra táctica) para, en familiaridad, despojadas de sus atavíos de honestidad y pena, mitigar ardores y sofocos… Y como resollamos e ideamos, compartían, repasando, el catastro de oscuras y arcaicas costumbres; amores pasivos y clandestinos de la otra, pero sin sublevarse de su tiempo. Y se mostraban con inesperados detalles, sin preocuparse del lugar, ni de la claridad del día, planos de sus cuerpos, tanto tiempo encorsetados y retenidos como clandestinos…
        Sucedía, entonces, que si los muchachos éramos sorprendidos (como nuestras madres nos trajeron al mundo) por algún grupo de mozas, éstas nos retenían poniéndose, enseguida, manos a la obra: haciéndonos ‘Los Galguillos’. Aquel suplicio consistía en ponernos boca arriba y estirajarnos el falo; embadurnándonos los genitales con barro y pasto, ridiculizándonos por cómo eran nuestros ‘sapos’. Aquello no era una simple acción disuasoria, para ocupar un espacio tabú o vital para la comunidad. Aquello era un rito o experimento inconsciente, en sitio intrascendente de y para el clan. Eran ceremoniales (del inconsciente) de iniciación a la vida adulta (de la hembra, principalmente), en un conjunto grupal, donde el sentido del rito-tabú de la iniciación, ya arredrados en otros estadios de la evolución, emergía temporalmente por imposiciones de la genética o biología ancestrales; quedando comprometido de nuevo en aquellas doncellas; adquiriendo, con ello, comprensión y conocimiento de la intimidad del sexo opuesto, aún infecundo e inofensivo; para irse integrando con más experiencia y garantía, en el ciclo de la vida, al producirse el emparejamiento. 


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