lunes, 17 de octubre de 2011

Articulista - Cosecha de políticos - Tomás Perales Benito

TOMÁS PERALES BENITO
ESCRITOR  (NATURAL DE TOMELLOSO)

Charlas en la sobremesa
Cosecha de políticos

       Tomando como indefensos ingredientes frases ajenas del mundo clásico, se puede cocinar un dialogo de autor que represente tanto la ingenuidad del ser humano como la situación política actual: «Platón (¿...?), ¿por que no nos gobiernan los mejores?». El maestro estuvo tentado de responder con la palabra que había fraguado para los individuos como aquel que levantan los pies del suelo, pero se encogió de hombros. Y sólo contestó ante la insistencia, aunque con verbo ajeno: «Recuerda que se dice que cada pueblo tiene los políticos que se merece».
        El humanista Tomás Moro representó como nadie ese pensamiento del maestro heleno al acuñar la palabra que el filosofo no llegó a pronunciar: «Utopía». Él lord canciller de Inglaterra, observando el panorama político de su tiempo, imaginó una comunidad ficticia a la que llamó «Utopía». En ella se vivía un mundo irreal, el que a él le hubiese gustado encontrar, y, pluma en mano, la escribió y la entrego a la imprenta. ‘De Optimo Replublicae Statu Nova Insula Utopía’ vio la luz en 1516. Sin embargo, fue un hombre realista que, como buen humanista, anhelaba otro mundo más recto, más «humano». Pero jamás rozó la utopía; sabía bien que el ser habita en dos mundos que se manifiestan en tiempos diferentes, aunque con peligrosa tendencia a cruzarse: el de los ojos abiertos y el de los sueños.
        Utopía goza de buena salud. Tanta como la condición de ingenuidad de quienes creen lo que dicen los que dirigen los destinos de los pueblos. También goza de salud la pasividad política de los ciudadanos al ser zarandeados por las decisiones de esos al modo del derecho de pernada de tiempos pretéritos, con la diferencia de que ahora toman a varones y a hembras y no solo a las doncellas que contraían matrimonio. Se palpa, sin que la sensación despierte nuestro supuesto espíritu guerrero, que la democracia de Platón queda limitada a la consulta periódica: Al ganador se le asigna patente de corso mientras los votantes observan indefensos a los nuevos dirigentes campar por terreno considerado propio y disparar con pólvora del rey dándola como suya. Se olvidan por completo de los individuos que los han aupado al poder hasta la siguiente consulta, en la que volverán a acariciarlos. Los deseos del pueblo no alcanzan más trecho que los soliloquios a modo de revancha infructuosa de sus habitantes y a las tertulias en el ambiente íntimo. Mientras tanto padece la impotencia de no poder sancionar a los que eligen caminos distintos de los del deseo común o cuando cruzan impunemente los límites que marcan las leyes  y la decencia.
        Hace tiempo que no tenemos buena cosecha de dirigentes políticos. Los que han germinado últimamente no tienen mucho grado, sin que ellos lo sepan, como buenos desconocedores de la realidad de todo lo que manejan con sus manos siniestras. 
        ¿Tenemos los políticos que nos merecemos?, según la sentencia que nos legaron los viejos filósofos. Afirmarlo produce escalofríos. ¿Somos tan malos? ¿Todos? ¿Hemos cometido tantos pecados? Pocas cosas son más necesarias que reflexionar y actuar en consecuencia.
        Sí. En los últimos años hemos tenido una mala cosecha de pastores del rebaño general. Una caterva de arribistas, con nuestro beneplácito, hace y deshace -más de lo último- a su antojo, que quiere decir con la mirada encontrada a la de la sociedad que la sustenta (y la aguanta). Pocos están de acuerdo con sus decisiones en aspectos tan importantes como la seguridad, la justicia o la educación, esta última llamada «progresista», cuando deberían decir destructiva por la reducción de contenidos, la ideología que le han imbricado y los sentimientos de superación que han machacado. Todos somos iguales, graban a fuego en las mentes en formación, cuando deberían decir, si su credo lo permitiera, que todos sin distinción tenemos los mismos derechos, pero que el esfuerzo individual determina su futuro. Esta situación parece enlazar con el estado de penuria que padecemos, que ofrece indicios de que no tiene sus raíces en la economía sino en la falta de valores morales, de principios. Jamás debimos creer que tengamos tantos derechos y tan pocos deberes. Jamás debimos creer a los voceros de feria. La experiencia, que olvidamos tan fácilmente, nos dice que la adversidad se vence con útiles antes cotidianos y ahora sustituidos por ideologías de dudosa bondad: los de la superación personal. Y no levantar los pies del suelo. 
        Sí. En los últimos años hemos tenido malas cosechas de dirigentes políticos. Si es lo que merecemos, a callar; sino, a protestar
        ¿Tendremos buenas cosechas con la próxima siembra? Mientras que nuestra participación política sea tan pasiva, será de nuevo el tiempo y la suerte los que manden.

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