ESCRITOR Y PROFESOR UNIVERSITARIO
Lo insoportable,
lo leve y
el ser
Tengo el día negro porque, pensándolo bien, me resulta insoportable. Porque son insoportables y no hay quien los aguante.
Me refiero al intelectualillo tabernario que sienta cátedras y eleva sus ideas al rango de leyes cósmicas. Ese, medio informado, que piensa que todas sus ocurrencias son fantásticas por la simple razón de que son suyas, y que se pasa horas ensayándolas en privado para luego soltarlas en la pseudotertulia de bareto que montan él y otros cuatro como él.
Me refiero al subvencionador oficial del reino cultural. Porque es una figura que nunca debió nacer y que, por lo general, dado que controla la alcancía, se siente en la obligación moral de establecer los adecuados parámetros de servilismo, servidumbre y clientelismo. Por supuesto, esto motiva que subvencione todo lo subvencionable -la calidad es lo de menos- con la única y exclusiva condición de que previamente se le haya hecho la pelota como es debido.
Me refiero a los estafadores que me cobran una tasa por comprar CD’s vírgenes, ordenadores, impresoras, etcétera y que luego, en el colmo del recochineo, quieren impedirme que los utilice para copiar los discos que ellos mismos producen -a menudo subvencionados por mí mismo- a precios de lujo.
Me refiero al editor iletrado que, más allá de la calidad literaria de aquello que publica (y que suele leerse mal y entender peor), quiere vender libros como el que vende peras. Al peso. Y que encima -pobre torpe- cree que cuando se digna a publicarte algo te está haciendo un favor cuando él no sería capaz de escribir siete páginas decentes ni en diez siglos de mecánica ensayo-error. Sí. Ese editor/a que piensa que los libros existen por la simple y peregrina razón de que él existe.
Me refiero al inventor de modas. A ese/esa que decide -sin que nadie se lo pida- qué va a estar de moda el año próximo y qué no (igual da el ámbito de actuación), lo cual parece otorgarle el derecho -autoproclamado- de calificar de hortera a todo aquel no le siga la corriente.
Me refiero a los programadores televisivos. Esos que deciden -por nuestro propio bien- qué es lo que sirve para alimentarnos el coco en su correspondiente franja horaria y luego eluden toda responsabilidad sobre sus errores argumentando que, al fin y al cabo, esa mierda es lo que “la gente” -esa masa sin rostro que nadie sabe quién es- demanda.
Me refiero a los fabricantes de éxitos literarios, musicales y cinematográficos: capaces de convertir en triunfal a cualquiera (a lo que sea) que se deje con la única -y nada banal- condición de que quiera dejarse.
Me refiero a todos esos periodistas y tertulianos manipuladores y vendidos que no reconocerían una verdad aunque les mordiera el pandero.
Me refiero a los políticos dedicados a exprimir el odio y la visceralidad del personal para ganar un voto con la única y digna condición de que nadie les exija que solucionen ni un sólo problema, ni responsabilidades de clase alguna sobre sus actos.
Me refiero a los que pretenden -necios- que leyendo sus libros seremos capaces de superar cualquier problema emocional o material. Y a los que se lo creen.
Me refiero a todos esos parados, “mileuristas”, gentes con contratos basura y pensionistas que están convencidos de que gastarse millones de euros en un futbolista es una “buena inversión”. Por lo general ignoran que nadie daría -ni da- un solo céntimo por ellos.
Me refiero a los que te dan un trabajo mal pagado, cutre, con un contrato leonino, y encima te exigen que les des las gracias. Y a los que te pegan una patada en el trasero tras diez o quince años laborando como un campeón, con una indemnización de mierda, y encima claman a voz en cuello por una reforma del mercado laboral.
Me refiero a los gestores de la moral ajena. A los meapilas y a los doctrinarios que tratan de imponer su criterio ético a todo quisque y a cualquier trance.
Me refiero a los guarros que no recogen la mierda de su mierda de perro cuando caga en la vía pública.
En fin... Me refiero a todos los que, en general, aceptamos vivir en esta parodia y no hacemos otra cosa que patalear y entrar al juego… ¡Qué insoportable, qué levedad, qué ser!
Sí. Me pasa siempre que pienso. Acabo teniendo el día negro.
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