lunes, 17 de octubre de 2011

Articulista - Delirios febriles

 ÁNGEL OLMEDO JIMÉNEZ
SUB DIRECTOR DE PASOS, ESCRITOR Y LETRADO

Delirios febriles


        Imagina que un día levantas de tu cama, pones un pie en el suelo, notas la frialdad que el otoño va dejando en el piso, y, por un momento, sientes algo más que un escalofrío.
Puede que no todo funcione muy bien cuando enfrentas tu mirada a la imagen que devuelve el espejo del baño, pero aún no sabes qué es.
        La temperatura del agua de la ducha te reconforta y entonces lo percibes… Has olvidado el argumento del libro que comenzaste anoche y que dejaste abierto en la mesilla.
        Piensas.
        Es imposible… Es casi imposible… 
        Azuzas tu memoria visual y comprendes que tampoco eres capaz de visualizar el diseño de su portada, ni los caracteres que dan noticia del título y de su autor.
       Vuelves a sentir cómo una descarga eléctrica, muy parecida al frío, avanza por tu cuerpo, comenzando por los pies y hasta coronar tu cabeza.
        Cierras el grifo del agua. 
        Te enrollas en la toalla y el ejercicio mental te fatiga.
        Tampoco puedes recordar el argumento de otros libros.
        De esos tantos otros volúmenes que has leído durante los últimos años.
        Como en un repentino cortocircuito, algo (alguien) ha fundido todas las luces en el interior de tu interior (no es redundancia y, en caso de serlo, es una horrible y más que desafortunada redundancia).
        Viertes el café de ayer en la taza y esperas el aviso metálico y aséptico del microondas.
Sigues odiando ese sabor recalentado.
        Quieres tararear la letra de aquella canción… 
        Y, oh, sorpresa, aparece ese vacío… (es curioso, ¿puede el vacío presentarse ante ti como lo está haciendo?).
        Es algo fugaz, tiene que serlo algo fugaz.
        La palabra que tu mente rastrea es transitorio, pero el placer de convocarla no te es regalado.
        En tu imaginación aparece un cuarteto de jóvenes que tocan la guitarra y una batería pero ni la música, ni la letra, se te transmiten.
        Es como una proyección en un cine en el que se haya estropeado el mecanismo de reproducción de sonidos.
        Solo es una comparación, porque tu vivencia es la vida real.
        Y, como es costumbre, la ficción se ve, hondamente, superada.
        Miras un calendario.
        Alguien (posiblemente tú) ha tachado en rojo dos fechas…
        Desconoces a qué motivo responden tales señales.
        Disfrutas del paisaje que adorna el taco de hojas.
        Te resulta familiar, como tantas y tantas otras cosas que, sin embargo, eres incapaz de verbalizar…
        Una luz destella desde la pantalla del teléfono móvil…
        Seis cifras y un nombre…
        Sí… ambos desconocidos.
        Pulsas el botón verde y una voz pregunta sobre tu situación.
        Intentas responder…
        No puedes…
        La articulación de sonidos que te escapa de la boca es ininteligible.
        Tu frente comienza a perlarse de gotas de fino sudor.
        Heladas, como pequeñas bolas de diamante congelado.
        Provocando un dolor que hace tambalear tu compostura y tu verticalidad.
        Gritas.
        Pero el sonido se difumina en el ensordecedor ruido del despertar del gigante… de la ciudad que sonríe, traviesa, al adivinar tu caída.
        Entonces, como por casualidad, te diriges a la ventana, intentando descifrar la clave secreta de este laberinto de paredes altas e infranqueables que se ha apoderado de tu percepción.
        Pero fracasas.
        El cielo es más azul que nunca y sueñas que, entre las gotas de la lluvia, una mujer pronuncia tu nombre antes de dormir.
        Aunque en tu interior, esa voz es muda.
        Cierras la ventana.
        Te aproximas cauteloso a la mesa de cristal que ocupa el centro de la habitación.
        Adviertes que el periódico se encuentra abierto por sus páginas centrales.
        Lees y, sin embargo, la imagen del narrador que pronuncia las palabras en tu mente no se acompasa con la fotografía que ocupa más de la mitad de la página.
        Quieres escapar.
        El problema no es hacia donde sino de qué.
        Un rayo de luz se cuela por la ventana… Deseas la oscuridad, un compromiso antiguo leído en… sí, bueno, ese libro.
        Deduces que nada va a cambiar.
        Cierras tus ojos. 
        No recuerdas qué pasó. Tampoco cómo sucedió.
        Ansías retomar la posición de la cordura… pero nada funciona.
        Descuelgas el teléfono…
        Una voz te cuestiona sobre cierto extremo que no aciertas a entender.
        Y tu voz sale como un hilo delgado de un lugar profundo.
        México.


http://elrefugiodelhorror.blogspot.com

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