TOMÁS PERALES BENITO
Escritor e ingeniero
CHARLAS EN LA SOBREMESA
La gran costalá
Costalá es precipitarse violentamente contra el duro suelo; el adjetivo gran dice que lo acaecido es de bigotes, o de campanillas, que el que ha mordido el polvo se ha roto las costillas o dejada esparcida la sesera por el espacio de aterrizaje. Es el desenlace que advierto a la situación social que vivimos -al que le pongo, con delirio, una palabra de mi niñez-, tras el que aventuro que remontaremos el vuelo como el ave Fénix. Experiencia no nos falta.
Tiempos necios llamó a los suyos, desde su convento, la rebelde Teresa, siempre al frente de sus monjas, todas letradas por imposición, su ejercito para combatir la sinrazón, la ceguera de los estertores medievales. Tiempos necios los nuestros, que hemos trocado todos los valores conquistados con sudor y no pocas lágrimas por un puñado de ilusorio y volátil bienestar. La ciencia, como nueva chistera de mago circense, nos ha encandilado y le hemos entregado el alma a cambio de no se sabe qué.
Las sociedades padecen de tres grandes mentiras, todas recientes considerando el largo periodo de nuestra existencia como seres racionales. La primera la pusieron en circulación las iglesias al proclamar que tenemos condición de siervos de los moradores de los cielos, seres (?) con aparente poca misericordia y mucha demanda de pleitesía, devoción y ruego; continuaron los abanderados del socialismo con sus proclamas de igualdad, sus dogmas de uniformidad, etiquetados, fabricados en serie, todos con los mismos conocimientos, los mismos criterios y opiniones, las mismas acciones, las mismas miradas grises, los mismos sentimientos apagados, sin emociones, mirada al frente, como un ejercito, el que forman tras su reeducación destinada a borrar sus recuerdos de un tiempo provisto de sonrisas y también de lágrimas. Cierra el círculo el estado del bienestar, presentada en sociedad por las izquierdas como el bálsamo a todos nuestros males, el elixir de la existencia en el Edén, la replica, tan merecida como natural, al sufrimiento. La primera la estamos superando con la razón, la segunda con el conocimiento, pero a la tercera no sabemos dónde y cómo hincarle el diente. Nuestros dirigentes políticos nos han llenado la cabeza de tantos derechos que sentir la proximidad de una mella en alguno ya lo consideramos un hurto en nuestras propiedades.
Nada más natural que la solidaridad. Nada más humano que la protección al que lo abandona la ventura. Nada más justo que la igualdad de oportunidades. Pero los límites de lo razonable se han superado peligrosamente. La protección excesiva, como la abundancia, engendra la desidia, congela el afán de superación, una de las manifestaciones más dignas del ser humano. Y por si no fuese suficiente declive social, su mantenimiento son ahoga económicamente.
Tenemos derecho a... nos dicen. Evitemos que nos roben los logros sociales conseguidos con tanto esfuerzo, claman mientras nos llevan a la ruina económica. Subsidios a los que lo necesitan y a los que no, servicios sociales a la altura de los ricos, cuando no lo somos, instauración de auténticos reinos en cada gajo del país, con sus cortes y tropel de cortesanos inútiles asomados al pesebre de los reyes de trono bajo, con o sin panegíricos, aunque con ellos se llega más alto.
No cesamos de columpiarnos, con la mirada firme del amo, en la opulencia institucional, la que sufragamos con dinero prestado en una espiral tan interminable como absurda. Y mientras tanto reducimos a cada momento la distancia a la línea de meta en los estudios para que no se note tanto el fracaso escolar, consecuencia de la negación del esfuerzo, y menguamos el dinero a los centros de formación, los únicos que pueden garantizar el porvenir como sociedad.
La cordura no se deja ver, pero la inevitable costalá si dejará huella en el rostro. Y entonces volveremos a empezar. Al sentirnos de nuevo desnudos acondicionaremos la imaginación y el esfuerzo, ahora cubiertos de polvo, y levantaremos lo que años después, tras las conquistas sociales, será derrumbado.
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